lunes, 21 de abril de 2008

SIETE DÍAS SIN SERGIO




A las 11 horas y 2 minutos del sábado 12 de Abril de 2008, mi hermana me llamó por teléfono para contarme la mala nueva. "Se ha muerto… Sergio". Esos puntos suspensivos, Ana, los rellenaste con un par de segundos. Tú los empleaste para tomar aliento. Yo para imaginar a quién le podía haber tocado la macabra rifa de la Muerte. Con mayúsculas, sí. Ella siempre llega con mayúsculas. Las mayúsculas de la Malvada Majestad de la Nada. Hoy se cumplen siete días sin Sergio. Para mí no son nada. Casi seguro que en esta pasada semana ni siquiera nos habríamos telefoneado. Casi nunca lo hacíamos. A Sergio no le gustaba hablar por hablar a través de ese aparato diabólico. El móvil le servía para concertar citas de trabajo, organizar encuentros de amigos, afinar estrategias sindicales o políticas… Ni me acuerdo de la última vez que hablamos por teléfono, aunque bien que recuerdo algunas de las veces que me llamó buscando a un hermano con el que desahogarse de esas penas negras que a uno, a veces, se le agarran a la garganta como una corbata que no te deja respirar.
Sí que recuerdo perfectamente la última vez que estuvimos juntos. En mi Agenda de 2007 queda el rastro de la cita.
"Viernes, 16 de Noviembre de 2007. 16:22. RENFE. Llega Sergio."
"Domingo, 18 de Noviembre de 2007. 18:30 Sergio. BUS. Vitoria-Madrid.
Aquel fin de semana de Otoño, le recibí en mi ciudad para asistir a la reunión anual de la cuadrilla de Villasana de Mena. Sergio era asiduo de los Congresos Interfederales de los Palpitant Burning Amigotes. Era el más viejo de todos. Nos sacaba 3 o 4 años. También el más grande: entre 20 y 50 kilos de diferencia. El sábado, 17 de Noviembre teníamos cita para comer en nuestro restaurante de siempre: "El Refugio". Han pasado 5 meses. No recuerdo lo que comió ni lo que bebió, pero seguro que mucho de todo. Alberto, Toño, Manu, Juan, Ignacio, Miguel Ángel, Jose, mi hermano Óscar y yo disfrutamos de su compañía en su última Cena Palpitant. Las dos fotos son de aquel día. En una de ellas, Sergio brindaba conmigo, mientras le hacía una foto. La última foto que le saqué. Brindaba por la amistad y por esos pequeños ratos que convierten la vida en un divertido tobogán. Quienes le conociesen a Sergio no se creerán mi proeza de aquel día: al caer la noche, decidí suspender la juerga y me lo llevé a Vitoria. Cortarle la fiesta solía ser misión imposible. "69" siempre tenía ganas de alargar la noche. Entre su gente de Asturias se le conocía como el "69 porque se acostaba a las 6 y se levantaba a las 9".
He intentado recordar anécdotas y conversaciones de aquel fin de semana. Hablamos de nuestros respectivos sindicatos, pero mi experiencia sindical comparada con la suya es como el historial de triunfos en la Liga del Sporting de Gijón comparado con el del Real Madrid. (Perdón, Sergio, sé que no puedes replicarme). Sentado en el asiento del copiloto, me contó una batallita que yo no sabía. Su experiencia con Pepe el del Popular. Seguro que algún "bloguero" es capaz de reproducirla mejor que yo. Espero que pronto alguien se anime a contarla aquí (mándame la historia a ideasanonimas@gmail.com y yo la reproduzco fielmente). Era el típico suceso que hablaba bien a las claras de su forma de ser, de su capacidad para poner su corazón, su corpachón y su privilegiado cerebro al servicio de los trabajadores de su sindicato, de la ley y de la Justicia Social, sea esto lo que sea.
En el congelador de mi casa aún queda parte de la última de sus obras; una exquisita fabada cocinada con todo el cariño que el gordito podía poner en las cosas, que era mucho. Se trajo de Asturias las mejores fabes que encontró y el correspondiente compangu. Desde el viernes por la noche, Sergio se dedicó a cocinarlas con esmero. Se cocieron el sábado a fuego lento horas y horas, primero bajo su atenta supervisión y después bajo la de mi querida Eva. El domingo por la mañana, Sergio se dedicó a ellas con mimo y a mediodía mi familia, mi hermano Óscar y su hija Alba pudimos deleitarnos con ese manjar de Dioses. Repetimos y nos chupamos los dedos, lo que le hizo sentirse el hombre más feliz del mundo. Sobraron fabes, así que mi Eva las congeló. Ahí siguen. Se nos habían olvidado en el arcón de casa. Las reservamos para una ocasión muy especial. Quedáis todos invitados.

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